"Apathy isn't it. So flower power didn't work. So what? We start again." John Lennon

lunes, 1 de noviembre de 2010

Matar a un hijo

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Recuerdo que unos amigos en Facebook tenían marcado este “Me gusta” en sus muros. Por si no se lee, dice:

COMO CRESTA SE TE OLVIDA UN NIÑO DE DOS AÑOS EN EL AUTO AWÉONA!:/...

Incluso con el acento mal puesto.

Al momento en que escribo esta entrada, 50.946 personas lo habían puesto como un “Me gusta” en sus perfiles. Y a mi me dió una cosa como pudor, como pena. Sentía que era injusto. Que aquello por lo que está pasando Eugenia Riffo es suficientemente terrible como para, además, festinar con su tragedia y apuntarla con el dedo.
No hay nada que me haga pensar que Eugenia Riffo no era igual a todos nosotros. Trabajaba, tenía su familia, cuidaba niños.

Y se equivocó. Como cualquiera de nosotros se ha equivocado. Por descuido, por tener la cabeza en otra parte.
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Siento que hay un elemento de abuso salvaje en esta actitud de flagelo público virtual. Un poco como en las lapidaciones musulmanas. Porque es un juicio público en que hay un intento de denigración y una intención subyacente y básica de destrucción absoluta de la otra persona. De lo que queda de la otra persona. Es la lógica de un linchamiento.  Y porque es irracional, ciertamente: nada de lo que digan en Facebook hará que Eugenia Riffo -chilena, madre de tres y responsable de la muerte de una guaguita- se pueda sentir peor. Que existan personas que aún así se consideren suficientemente libres de mancha como para enjuiciar públicamente a esta mujer y, más aún, adherir sin pensarlo dos veces a una campaña de escarnio público en su contra me resulta tan terrorífico como la tragedia misma.

Pensé todo ésto la semana pasada y lo dejé anotado para hacer la entrada del blog. Un día después pasó otra cosa que reafirmó mis ideas y mis sentimientos.

Todas las noches, entre las 11.15 y las 11.30, le doy papa al Enzo, mi hijo. Lo despierto con las luces encendidas, lo mudo, apago las luces (para facilitar que se vuelva a atutar), le doy papa, le saco sus chanchitos, me pongo su pañal/tuto en el hombro, me lo pongo a él como chanchito al hombro, le doy un par de vueltas por la pieza oscura para que baje un poco su leche y se vaya atutando, luego lo acuesto en su cuna, lo dejo bien arropado, salgo de la pieza y cierro la puerta detrás de mí. A veces cae inmediatamente, otras veces se queda diciendo “Agú, agú” un rato y se duerme igual, otras veces no quiere dormirse inmediatamente y llora y la Gabi le termina ofreciendo pechuga en caso de que le haya quedado una tripita a medio llenar y porque eso lo calma. Luego, generalmente, duerme hasta el otro día.

La noche de la que hablo estaba durmiendo cuando lo acosté, así que todo bien. Algunos minutos después, sentado al computador, lo escuché llorar. Asumí que era lo de siempre y que iba a caer pronto. El llanto continuó unos segundos más y la Gabi chequeó el monitor de video que tenemos para la cuna.

“Daniel, se le quedó el tuto en la cara”.

No me había fijado. Estaba tan preocupado de no despertarlo mientras lo ponía en la cuna (sostenerle bien el cuello, acostarlo lentamente, no meterle ruido) que no me fijé que el paño que pongo en el hombro se había ido con él a la cama y le había quedado encima de la cara.

Y eso. Simplemente no me fijé.

Y si no es porque tenemos un monitor de video (porque me pareció mejor idea que de solo audio), porque la Gabi lo chequeó por chequear y porque el paño quedó suficientemente suelto en su cara como para permitirle llorar, mi hijo habría muerto asfixiado. Porque no me fijé.

Porque, simplemente, no me fijé.

Las siguientes dos horas fueron dedicadas a tranquilizar al Enzo para que pudiera volver a dormir. Lloraba asustado. Yo estaba aturdido. Me sentía debajo del agua, escuchando y viendo todo a medias, a través de un aire espeso. Solo me sacaba de ahí el llanto del Enzo. Y cuando eso pasaba solo podía sentir un dolor preciso en la garganta, mezcla de llanto y náusea. Cuando el dolor se hacía insostenible, abajo del agua de nuevo. Y así toda la noche. La Gabi me hablaba pero no la podía escuchar. No la dejé consolarme. Era obvio que lo necesitaba. Pero no pude.

Me asusté. Me odié. Dormí mal.

Al día siguiente no dejé de abrazar a mi guaguito. Cada vez que me sonreía me daban ganas de darle besos y llorar. Y pedirle perdón. Perdón, perdón, perdón.  No por no quererlo, no por no preocuparme de él, no por tratar de hacer siempre lo mejor por él y para él.

Perdón, por no habeme fijado.

Pero el Enzo me dejó claro que no había nada de qué perdonarme. Nos caemos bien, nos gustamos y la pasamos bien juntos. Y para él eso es claramente suficiente. Con él nada existe que no sea lo que esté pasando en el aquí y el ahora. Así que no tiene sentido sufrir por el pasado ni preocuparse por el futuro.

Pero el Enzo es un guaguito. Y está vivo. Y yo soy un adulto, soy su papá. Y casi lo maté.

Y pienso en una madre que efectivamente mata a un guaguito. Porque tampoco se fijó. Un pobre guaguito ajeno, más encima. Y pienso que debe ser incluso peor. Debe ser el infierno. Ya nunca podrá disfrutar de sus hijos sin culpa (ya no podrá disfrutar nunca más de nada, probablemente). No podrá trabajar en lo que era su vida (ya no tendrá una vida, probablemente). Pasará por un juicio horrible, legal y público. Quizás la pase en la cárcel. Tendrá que mirarse cara a cara con la familia que acaba de destruir. Tendrá que hacerse responsable de cada lágrima y cada muestra de desgarro. Dormirá soñando con esas caras, esos llantos, esos gritos. El niñito está muerto en una tumba junto con la felicidad de una familia y ella fue la causante. Ella no podrá salir del agua. Tendrá que enfrentar la reprobación de todo el mundo (y de los insultos gratuitos y de los linchamientos virtuales, por lo visto). Ha destruido su vida personal, ha destruido su familia y ha destruido la felicidad de otra familia. Y no podrá olvidar nunca cada cosa que pasó el día que dejó morir a un guaguito. Ninguno de nosotros podría. Y ella es exactamente igual a nosotros.

Eso es vivir en el infierno. La certeza del sufrimiento eterno.

Y si antes la historia de Eugenia Riffo me daba pena y me provocaba compasión, ahora simplemente tengo la certeza de que el lugar correcto es al lado de ella, no metido en una muchedumbre enardecida que siente que su deber es escupirla y arrojarle piedras. Y creo que todos podemos hacer eso también.

Es cosa de poner un poquito de corazón.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Más humano que ser hijo, más humano que ser padre, más humano que errar...a mi también me dió cosa el linchamiento virtual de esa pobre mujer. A veces entiendo porque en el primero mundo le tienen tanto pavor al jardín infantil, pero bueno,aquí se les paga por tener hijos.

Lady of the Cats dijo...

No sé ah....no sé. Es que una cosa es que tengas descuidos con tu propio hijo (que teniendo 6 sobrinos, 3 de ellos que se criaron conmigo lo puedo entender perfectamente bien) porque estás todo el día, todos los días con ellos, hay cosas que empiezas a hacer en "autómatico" quizás, aunque debo decir que estando a mi cuidado jamás les pasó nada a mis sobrinos (y eso que era "chica") pero otra cosa bien distinta es tener descuidos con los hijos de los demás, uno le pone el doble de cuidado, no sé, se me hace de sentido común. Además otra cosa que para mi agrava un poco la situación del asunto, y es que esta señora, no era una doña cualquiera, era nada menos que una parvularia, una "profesional" en las lides de cuidar niños supuestamente. Eso me hace pensar que no se puede confiar en nadie, ni siquera en uno mismo...pero por último si le pasa algo a uno de mis hijos, es mi responsabilidad, que no es lo mismo que si le pasa algo a un hijo ajeno a mi cuidado, cambia mucho la cosa. Lo del linchamiento virtual bueno, eso pienso que es un poco la reacción visceral de las personas que por supuesto, se sienten enrabiadas con la situación (porque insisto, más encima la doña era parvularia, es como...pero what the fuck!!). Igual me dio rabia, y me sigue dando....aunque no he linchado a nadie virtualmente por ello.
Igual tengo mi teoría al respecto con respecto a la galla y es que no me da buena espina....no sé....tiene algo en su mirada que no me hace creerle 100%, pero pa eso están las instancias legales pertinentes pa cachar bien el mote de lo que pasó. Son sólo corazonadas nomás que pueden venir o no al caso.

Daniel Muñoz Acevedo dijo...

Profesionales y padres se equivocan todo el rato. Este error costó carísimo. Odiarlos no mejora las cosas.
Tampoco sacaría conclusiones sobre la señora Riffo con puro haberle visto la cara. Habría que ver también qué cara tenía antes de haber matado al guaguito. El dolor te transfigura.
La rabia la entiendo, por supuesto. Pero también siento que la rabia no es la mejor consejera a la hora de juzgar a las personas.

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